viernes, 22 de marzo de 2024

PROPUESTA 5 


Incorregible 

Jesús Ruiz


Aún no sé por qué escribo esto, quizás sea por el vicio que tengo de la escritura, que pronto acabará. No me ayuda la mesa tocinera en la que apoyo el papel, llena de arrugas y cortes. Menos mal que la silla es firme.

He bajado al corral todo en una bolsa de Ikea: una soga de 12 hebras, de calibre de 15 milímetros, de dos metros de larga, y con un nudo corredizo en un extremo, una máscara de goma de un hombre sonriente, de cabeza entera, este papel, y el lápiz. Además de la silla de enea en la que estoy sentado, y la mesa. No necesito nada más.

Ya he fijado la cuerda y me he columpiado en ella, la he colocado en una viga de tronco de castaño, tengo que asegurarme que no se rompa con mi peso, como le pasó a Gregorio el de la Benita, que no calculó la resistencia y se le partió, cayendo de una altura de metro y medio en la zahurda. Se fracturó la pierna por tres sitios. Quedó, en el pueblo, cojo, desgraciado y gilipollas, para siempre.

Superada la prueba de resistencia del madero y la soga. La silla también es firme, y fácil de tumbar de una patada. Llevo puesto un chándal, para presumir, cuando me descubran, de la erección involuntaria que originan estas situaciones. Aunque no podré ver sus caras.

Me situaré de espaldas a la entrada, para amortiguar el impacto visual. Ahora me pongo la máscara que me cubre la cabeza —¡joder, ¡cómo tira del pelo! —, no quiero que vean mi cara cianótica y mi lengua fuera, prefiero ofrecer una sonrisa impostada. ¡Vaya, no se ve mucho con ella puesta!

Hay una carta, en el poyo de la chimenea de la primera planta, explicando los motivos de lo que voy a hacer, para que nadie piense que es por su causa, no necesito a quién culpar de mis decisiones.

Ahora me subiré a la silla, así que dejo de escribir. Para siempre.

 PROPUESTA 5


Últimas voluntades

Beatriz Vélez García

 

 

La primera vez que se apareció mi padre fue la noche después de firmar el contrato con el diablo. Su cuerpo apestaba en mis sueños etéreo, pero reconocible, tocado y laureado, como un antiguo césar. Su voz, clara y serena, me repetía «¿tú también, Bruto?». Desperté empapado en sudor.

A la mañana siguiente, con la resaca del sueño intranquilo, me asaltaron dudas de si había hecho lo correcto. Sobre mi hombro derecho creí ver un angelito que me invitaba a llamar al editor y anular el contrato. Sobre el izquierdo, burlón, un pequeño demonio me recordaba la cantidad de ceros del cheque que me habían extendido.

Me enfrenté a la mirada curiosa de mi mujer sin más argumentos que un mal sueño y, convenciéndome de que era así, me fui al trabajo, a seguir con la vida como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, en la que mi padre era sólo un recuerdo.

Después de esa vez, vinieron muchas más. Los primeros días fue en sueños, unas veces como un césar; otras veces como un batallón de fusilamiento en el que yo era el que sostenía el arma y cargaba contra mi padre sin piedad; y otras, simplemente, lo veía sentado en el sillón frente a mi cama, con gesto serio y decepcionado. Sólo habló en la primera ocasión, el resto no le hizo falta, había conseguido que yo supiera qué quería y qué pensaba de lo que había hecho contraviniendo sus últimas voluntades.

«Esta historia nunca verá la luz». Mi padre creía que su última obra no tenía la calidad suficiente para compartirla con el mundo. Él, que tanto amaba su trabajo, al acabar aquel borrador, entre abandonos de la memoria, tuvo la lucidez suficiente para rogarme que nunca se publicara.

Fue a la quinta aparición cuando comprendí que me había vendido por un puñado de dólares. Había sucumbido a la tentación. Volví a levantarme empapado en sudor, pero con el firme propósito de anular el contrato por el que, a cambio de treinta monedas, habían apresado las letras de mi padre por los siglos de los siglos, o, al menos, por el tiempo que la editorial conservara sus derechos.

El fantasma de mi padre me acompañaba cuando me dirigí a la editorial. Al grito de «¡qué paren las rotativas!» me colé en el lujoso despacho del editor que, sobresaltado, tiró al suelo el teléfono móvil y un tocho de papeles que parecía leer a su interlocutor.

El editor se rio con maldad cuando le pedí que anuláramos el contrato y detuviéramos la publicación del libro de mi padre. Rio con saña ante mi estulticia. «No has leído la letra pequeña». Sacó del cajón el contrato y se puso las gafas con la intención de ilustrarme. «La anulación unilateral del presente contrato por parte del autor o herederos supondrá el nacimiento de la obligación de éste al abono de un millón de euros por cada año de cesión de los derechos de autor que resten».

Setenta. Setenta años y setenta millones. No tenía monedas para pagarlo. Tampoco tendría tiempo ni asumiendo un calendario de módicos pagos. Estaba atado de pies y manos, lo sabía el editor, lo sabía mi abogado, lo sabía mi mujer que sí había leído el contrato y lo sabía mi padre, o su fantasma, que me miraba apesadumbrado desde su privilegiado lugar a la espalda del editor.

Al día siguiente los periódicos hablaban de la repentina muerte por infarto del editor jefe de la editorial Galaxia. Al día siguiente, nadie en la editorial encontró el contrato del libro póstumo del premio nobel. Al día siguiente, el fantasma de mi padre se despidió levantándose levemente el sombrero y diluyéndose en la nada.


viernes, 8 de marzo de 2024

 PROPUESTA 4 EL RELATO FRAGMENTARIO


Esto huele muy mal…

Antonio Jesús Jiménez Polvillo

 

Mi madre me bajó los pantalones y me encajó en aquella especie de habitáculo, nunca mejor dicho, blanco y ovalado. Estaba un poco asustado pues siempre desde  pequeño me colocaba sobre algo parecido a una cacerola de plástico con un asa. Era invierno y al sentarme noté un frío enorme en los muslos. Aunque la orden de mi madre era clara, “¡tú no me toreas más, he lavado las sábanas ya cuatro veces, maldita sea la hora en que le eché aquellas acelgas y tronchos al cocido!”. No terminó la frase cuando, como si me hubiera convertido en un aspersor del Parque de Maria Luisa y a modo de fuegos artificiales, empecé un cuadro de Picazo sobre aquel lienzo de porcelana. Solo necesité tres brochazos y la obra quedó para el Prado. Salté de aquel agujero al suelo, y prestamente me fui a jugar a la calle, pues presentía que a mi madre no le gustaba, yo diría que incluso odiaba el arte, y más el cubismo.


Cuatro de la mañana, y tras diez intentos fallidos con la llave en la cerradura, consigo entrar. Del tirón me dirijo para el baño. Atino a quitarme la ropa como Fernando Alonso con su Ferrari en una curva de Montecarlos. Venía, y venía ya. Al principio creí que estaba en al Apolo 11 alunizando. Me acordé entonces de las cuatro cervezas, cinco cubatas y los tres chupitos dando saltos en la discoteca como si no hubiera un mañana. Me  agarré con las manos al toallero, como si estuviera montado en la olla de la calle Infierno. Balanceé el cuerpo, fue entonces cuando intuí lo peor. Sí, no había duda,era el “Chinchetas”, maldita sea mi estampa me dije, que mala suerte. Venía  raspando y pegando picotazos el muy cabrón. Comenzaron los sudores fríos. A pesar de todo, le eché  valor y dejé que el “Chinchetas” fuera saliendo, pero era duro de cojones. Así que adopté medidas más drásticas, la táctica del paso de San Gonzalo entrando en San Jacinto, dos pasos palante y una pa atrás. Por fin noté el zambombazo caer, y medio litro de agua salpicando mis muslos. Salvado pensé. Cogí el móvil, busqué  en la agenda, ahí está, Marta. Dos lágrimas se deslizaron por mi mejilla.”Marta, tenemos que hablar, te echo mucho de menos, necesito verte”, escribí.

 

Un par de décadas después,de visita a mis padres un día muy especial para la familia. Al rato noté tambores de guerra indios en mi estómago, y me dirigí hacia el baño. Intenté entrar, pero estaba mi hermano dentro. Podía aguantar unos minutos más, pero tendría que prepararme para un posible ataque químico, hacerme de unas mascarillas antigás, o vete a saber. Mi hermano era como un vikingo,  con una espalda tipo ropero empotrado, y comía como una manada de búfalos. Al fin salió, me saludó y dijo que volviera a tirar de la cadena. Eso despertó en mí todos los temores. Entré y cerré la puerta, no daba crédito a lo que veían mis ojos. Aquello había sido un parto, un esbelto niño negrito me miraba con su inocencia. Era grande el jodio, la tranca de madera de una puerta antigua de pueblo, se quedaba en pañales. Tiré de las cisternas varias veces, y nada, aquel niño se aferraba a la porcelana y se mantenía firme. Tuve que ir por un cubo de agua y echarlo con fuerza, solo así desapareció. Cada vez que veo un nazareno con capirote negro se me corta el cuerpo. Al salir. mi hermano me puso a su recién nacida en los brazos, acababa de llegar del hospital, era tan preciosa que todo lo demás se lo llevaría el agua,  o tal vez Colima.


Pasé algunos años trabajando fuera, hasta que al fin me prejubilé. Con el dinero ahorrado me vine al pueblo, sentía una gran nostalgia  de volver a mi tierra. Mi madre, ya ancianita, vivía ahora con mi hermana, y la casa se la habían vendido a una pareja de ingenieros aeroespaciales. Tras visitar a mi familia, quise volver a mi casa de toda la vida. Me armé de valor y le pedí a dicha pareja que me dejaran entrar, necesitaba recordar mi infancia. Lo entendieron y se mostraron muy amables. Me ofrecieron un café que venía de una zona de los Alpes italianos, de la provincia de “tevas di varetti”. Capuchino solo intenso. “Manma mía el maledetto caffe” me dije mientras entraba al baño de urgencias. Mi sorpresa fue enorme, estaba todo muy cambiado, irreconocible. Pude ver varias pantallas y mandos táctiles, algunos sensores electrónicos. La puerta domótica se cerró sola,  y entonces una voz dulce comenzó a hablarme:

—Siéntese y póngase cómodo señor Jiménez, soy Alice y quiero que pase un rato muy agradable conmigo.—sugirió casi susurrándome. Me senté sobre la taza del váter. Ella dijo “adelante balanceo suave y aire del caribe.” El bater comenzó a moverse suavemente como una hamaca, y me llegó una brisa cálida y salobre al rostro.“Adelante pantalla de cine 3d”, siguió.  Una enorme pantalla se desplegló del techo frente a mí.

—¿Desea un buen masaje?, —me preguntó—, disponemos de masaje corporal completo al estilo de la bella hawaina.—sugirió con voz melosa

—¡Si, sí Alice, ese, ese Alice!.—dije totalmente entregado—.Seis brazos cibernéticos salieron del contorno del váter, dos de ellos masajearon mi espalda, dos mis piernas, y los otros dos…ejem. Eran solo cuatro.

—¿Qué música desea mientras mi amor?, —me susurró con voz dulce—, yo en ese momento ya estaba que se me caía las babas.

— Una balada de Whitney Houston cariño, — respondí totalmente en sus manos— , Alice guapísima qué maravilla, donde estabas metida y yo sin conocerte, que esto no acabe nunca.

—Lo siento cari, reguetón todo el que quieras, mi programación musical llega solo hasta ahí, es la modernidad musical.—respondió dejándome de a cuadros.

—¿reguetón?, no apaga música,—le contesté confuso y contrariado— Pero ya era demasiado tarde, me puso las canciones a toda leche. Maluma, Don Omar, C Tangana, todos cantando con varios calcetines o mantecados en la boca,  me cortó todo el rollo. Empecé a teclear todas las funciones de una pantalla táctil de control que había junto al váter, pero lo empeoré todo aún más. “Fallo de funciones, resetear todo”, repetía Alice una y otra vez, la pantalla empezó a proyectar videos de Pajares y Esteso, mezclados con documentales de cebras apareándose en el Serengueti, las manos comenzaron a golpearme, me estaban dando una buena manta de palos, el aire se volvió un vendaval frio, y  para colmo noté un chorro de agua gélida sobre mis testículos, que me recordó un iglú en Siberia. Pegué un enorme salto y grité con toda mi alma “¡¡desconexión total Alice por tu madre!!. Por fin todo quedó en stamby, La había liado parda. Desde el otro lado de la puerta me avisaron que iban a tardar un rato en  resetear y reconectar el sistema para abrir la puerta. Resignado, empecé a recordar cuando mi madre me sentó por primera vez en el váter, y sentí una profunda añoranza, a pesar de sus quejas, cuánto la quería.  Cogí papel y boli, y empecé este relato con la esperanza de no cargarla más, pero me huele mal, muy mal…

 


miércoles, 6 de marzo de 2024

 PROPUESTA 4 EL RELATO FRAGMENTARIO


La casa de mis recuerdos 

Jesús Ruiz


Introduzco el llavín y la cerradura cede con suavidad, no puedo evitar acordarme de la llave que conocí hace cincuenta años, de más de un palmo de larga, que giraba el bombín con estridencia. Tampoco la puerta es la misma. Vuelvo a la casa de mi infancia, ahora que tengo dinero para comprarla.

Juego en el suelo, con un pequeño coche de hojalata que me regaló mi abuelo, con cuatro años no me importa si el piso está limpio o no, aunque apoye la cara para ver las ruedas arañando las losas, me siento feliz y eso basta.

Con dieciséis años, recojo mis recuerdos de toda una vida, mis juguetes, mis álbumes de cromos, mis tebeos, todo el equipaje que llevo a mi nuevo hogar. La ropa la ha recogido mi madre. Los zapatos, los llevo puestos.

Cuando paso al interior de la vivienda, me sorprendo, todo es más pequeño, hasta el mueble de mampostería destinado a la ropa para planchar, en el que, vacío, entrábamos hasta tres hermanos. Ahora no quepo yo solo.

Me asomo a la terraza para ver el patio interior, me aúpo en una silla para poder observar a los gatos y a las gallinas que deambulan por el recinto cerrado a la calle, me sorprende la yerba que crece salvaje, y los tendederos de alambre sujetos con largos palos resecos. Una mujer extiende las sábanas recién lavadas sobre el suelo.

Miro si mi madre ha recogido mi uniforme de botones, el lunes vuelvo a trabajar y lo necesito impoluto. Compruebo si lleva la crema de los zapatos, que deben lucir brillantes, como las insignias de las solapas que muestran las iniciales de la empresa.

Mi tiempo de trabajo quedó atrás, ahora toca descansar, recordar y añorar tiempos pasados que no volverán. La que fue mi casa traerá a mi memoria vivencias que tenía olvidadas.

Entro en el dormitorio de mis abuelos, veo en la ventana las jaulas de jilgueros que cuelga cada mañana, y, en la pared, los carteles de Semana Santa y Feria que renueva cada año. A través de las rejas, me asomo a la calle, bajo la deformada persiana de esparto castigada por el sol, en la acera de enfrente, la tienda de Donato, con su nuevo anuncio de Coca Cola, que hace unos días que le colocaron. Sigue aparcada en la puerta la moto de mi tío, una Lambretta que suena inconfundible cuando la arranca para ir a ver a su novia. Cómo me gustaría que me diera un paseo, pero siempre me dice que soy pequeño aún.

Me despido de mis abuelos, aunque volveré para verlos, sobre todo a él, con quien pasé muchas noches hablando sobre sus recuerdos de cuando llegó a Sevilla, y de cómo vivió en su pueblo de la sierra onubense.

No voy a renunciar a seguir escuchándolo. Volveré. Pero he vuelto demasiado tarde. Hace muchos años que se fue para siempre, él, mi abuela, incluso mi madre, mi padre, y algunos de mis tíos.

Por todo lo que encierran esos cien metros cuadrados, es por lo que me he decidido a comprar el piso. Muchos recuerdos que quiero revivir, en la recta final de mi vida.

 PROPUESTA 4 EL RELATO FRAGMENTARIO


La Farola

Rogelio Cortés Ciero



- La farola frente al supermercado, la farola frente al supermercado....ésta es.

Estaba muy nervioso. Era su primera cita. Era la hora, y había quedado con ella justo en aquel lugar, en aquella farola con una mujer que ni siquiera había visto. Sólo la foto de aquella red social de contactos mostraba su cara y que llegaría vestida de rojo y gris.

- "Espérame aquí, en esta farola, que yo saldré del supermercado". -Volvía a leer el mensaje que ella le envío, mientras su mirada se fijó en aquella puerta cerrada del establecimiento, dándose cuenta que la cita fue ayer.

- ¡¡ Joder... hoy es Domingo !!!

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Era el mejor lugar. Aquella farola. Mejor que estar sentado en el banco de la plaza que tenía justo detrás, y mejor que una butaca de cine. Aquella farola con ella apoyada le daba juego para entrelazar sus brazos y besarla.

- ¿Me quieres pescadera?- Le decía sonriendo y mirándola a la cara. -Hoy tus manos no huelen tanto a pescado, y ese uniforme rojo y gris apretadito, te sienta muy bien.

La farola aún estaba apagada.

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Antes de que el ayuntamiento por control automático activaran las farolas, coincidiendo con la caída de la tarde-noche, apuraban siempre como dos tortolitos, con sus manoseos, sus caricias, sus juegos alrededor de aquella farola, e intercambiaban besos y palabras de amor.

Él apoyaba su espalda en aquel tubo hueco y después lo hacía ella mientras se besaban.

- Bueno, me tengo que ir. Sabes que estoy cansada, y la farola se acaba de encender. -decía ella. -Sabes que no me dejan entre semana llegar de noche a casa.....adiós.....Mientras se iba alejando porque ella vivía cerca de su trabajo.

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Pero también la farola recibió algún que otro puñetazo, alguna que otra patada, donde muchas tardes se quedaba solitaria por la ausencia y el enfado de estos dos. Algunas tardes hasta palabras malsonantes tuvieron que escuchar la gente que en el parque de al lado paseaban tranquilamente con sus niños.

- ¡¡¡¡ Que no me convences...que no....!!!!!- decía él con rabia y alzando la voz. - ¡¡ Llevo esperando y hablando con la farola toda la puta tarde, para que tu vengas los últimos 5 minutos!! ¿Crees que no te veo como hablas y te ríes con el puto encargado de mierda? No me engañes...joder.....

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-Otra vez llego tarde. Ya hay luz arriba....-hablaba sólo y balbuceando con el último sorbo de vino pitarra de aquel cartón que cada noche justo antes de cerrar el supermercado compraba.

Ella no trabajaba allí, pero él seguía intentándolo mientras hablaba con aquella farola.

 PROPUESTA 4 EL RELATO FRAGMENTARIO


EL BANCO

 Juan Francisco Reyes   

 

 

-  Francisco, hijo ¿Sabes por qué me siento siempre en este banco?

- No sé papá.

- De los veintidós bancos que hay en la plaza este es el más fresquito, le entra el aire de esa calle – apuntó con la mano - y además por el día, el sol que da no es muy fuerte.

- Ajá – dije con desgana.

- Y lo más importante – sentenció - es el lugar donde me declaré a tu madre.

- Ya me lo has contado muchas veces papá.

- Aquí le di el primer beso – me dijo mi padre orgulloso y sin hacer caso a mi desgana - Qué guapa estaba hijo. Veníamos todas las tardes, a tomar el fresco y a charlar, paseábamos por la calle ancha hasta llegar aquí y nos sentábamos en este banco. No nos hacía falta mucho más. Te pareces mucha a ella.

- Lo sé.

- A mamá le gustaba esta plaza porque siempre está llena de gente y es muy alegre, como era ella. Aquí veíamos a los amigos, nos tomábamos un refresco o lo que sea y después cada uno para su casa.

- Ya papá...oye una pregunta, ¿Por qué no me has dejado hoy entrar en la iglesia para lo de la abuela?

- Porque eres muy pequeño. En la iglesia solo hay gente llorando.

- Ya soy mayor, casi tengo trece años. Ya sé lo que es morirse. Al hermano sí que lo has dejado entrar.

- Francisco, no te pongas cabezón. El hermano tiene quince años y además ¿Para qué quieres entrar? ¿No estamos aquí bien? Estamos hablando.

- Yo quería despedirme de ella, sabes que era tan madre mía como tuya - le dije.

- Y tanto que lo se hijo y tanto que lo se.

 

 

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- Cuéntame hija ¿te lo has pasado bien?

- ¿Que si me lo he pasado bien? ¿tú qué crees?

- Hombre yo creo que si, viaje fin de curso, con tus amigos, doce años y ya te vas sola, me imagino que te lo habrás pasado muy bien. Siéntate aquí en este banco, descansemos un rato antes de llegar a casa.

- Pero tengo ganas de ver a mamá y contarle todo. Estoy muy nerviosa papá y muy feliz. Llevo cuatro días sin verla. A ti también tenía ganas de verte, que después te pones celoso. Y al kiko, ¿Cómo está mi perrito? ¿Sigue malito? Qué bien me lo  he pasado papi, he dormido en la cabaña con Alba, con Julia, con María y con Sandra y el primer día nos acostamos a las tres de la mañana – me dijo mientras se sentaba y soltaba la mochila en el banco.

- Anda que bien ¿qué estabais haciendo hasta esa hora?

- Pues charlar de nuestras cosas, jugar, comer chucherías. A Sandra le gustaba un niño de otra clase, que se llama como tú, Francisco y se ha llevado todo el viaje dando la vara. Hemos hecho un juego chulísimo papá, y nos hemos tirado por un puente , y con unas canoas que me puse chorreando- mi hija no paraba de hablar emocionada y se atropellaban las palabras al salir de su boca -Y una noche papá nos quedamos despiertas para contar historias de miedo y ¿sabes qué le pasó a María? Que se meó papá, se meó encima y tuvimos que llamar a los monitores y después…

- Hija para, tranquila, deja algunas cosas para cuando esté mamá, que si no vas a tener que repetirlo todo dos veces. Te quería contar una cosa antes de llegar a casa, por eso nos hemos sentado aquí – tragué saliva y se me hizo un nudo en la garganta que me hizo muy complicado continuar. Recuerdas que cuando te fuiste el kiko estaba regular...

- Papá...

- Le costaba levantarse y comía poco.

- Papá no..

- Hemos tenido que llevarlo a

- Papá no..

- El kiko ya no está cariño, lo hemos tenido que dormir.

- Papáaa – mi hija comenzó a llorar sin consuelo - ¿Porqué no me lo has dicho antes? ¿No ves como estoy? Yo aquí contándote lo bien que me lo he pasado en el viaje fin de curso y fíjate...

- Lo siento hija, no queríamos chafarte el viaje. No llores más ven aquí.

- Quería despedirme de él- me dijo hipando. No es justo papá.

- Y tanto que no hija, y tanto que no.

 

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- Sole ¿Vas bien? Que veo que arrastras mucho la pierna ¿Quieres que nos sentemos un rato?

- Voy bien, éste baculito que me ha traído tu hija no me hace mucha gracia. Entre eso y que hoy me duele mucha la pierna, pues ya sabes. Cuando no es la gota, es la artrosis y cuando no…

- El número del carnet chiqui – le contesté saleroso a mi mujer.

- Uy Francisco ¿Cuánto tiempo hace que no me decías eso? Lo menos treinta años.

- ¿Qué te he dicho?

-Me has dicho chiqui. Algo querrás – me dijo socarrona.

-Querer quiero – le dije muy serio - Pero hace tiempo que no hay manera.

- Con lo que tú has sido – me respondió -  Anda vamos a sentarnos en este banco, que sé que te gusta mucho. Este era dónde se declararon tus padres ¿verdad?

- Siéntate con cuidado y deja aquí el bastón. Sí, era este ¿Cómo te acuerdas? Vaya memoria que tienes.

- Cómo para que se me olvide, si no te lo has quitado de la boca durante años.

- Es que mi padre me lo contaba muchas veces, ya sabes cómo era.

- Han pasado más de setenta años Francisco y aquí sigue el banco, viendo pasar la vida.

- Y nosotros Sole, nosotros también seguimos. Mayores, con achaques y algunos males pero aquí seguimos en pie.

- Bueno en pie tampoco – me dijo guasona.

- Hemos tenido una hija, tres nietos y una vida llena de alegrías y algunas penas

- Y dos perros Francisco. No te olvides de ellos.

- Cómo me voy a olvidar mujer, con lo que yo los he querido.

- Qué viejos somos y cuánto llevamos ya vivido. Nos ha pasado de todo – me dijo mi mujer con melancolía.

- Pero sigue valiendo la pena pasarlo contigo. Esto dura lo que dura y hay que aprovechar.

- Y tanto que sí chiqui y tanto que sí.


 PROPUESTA 4 EL RELATO FRAGMENTARIO


Amores de barra

Beatriz Vélez García


La radio suena mientras Ramón limpia la barra con una bayeta que mueve al compás de la

música que sale de la radio. Es un trabajo tan mecánico como innecesario, lo repite como

un tic nervioso cada vez que el bar está tranquilo. Cada pasada del trapo es como un

segundero que descuenta el tiempo que le falta para volver a casa. Además, los

movimientos en círculo que va haciendo sobre la madera lo relajan y le sirven para pensar

qué habría sido de su vida, monótona y solitaria, si se hubiera decidido a subir a aquel tren

con Magdalena.


En mitad de la barra una pareja muy joven se mira a los ojos. De sus labios se han borrado

las palabras y sólo hay espacio para esa sonrisa bobalicona que delata a la gente que se

acaba de enamorar. En ellos no hay prisa ni son conscientes de que el tiempo sigue

corriendo, son una burbuja de aire en la espuma del mar, son semillas de un diente de león

sopladas por un cupido juguetón.


Frente al televisor se agolpan un grupo de forofos locales que buscan desahogo de sus

tristes vidas en las patadas a un balón. Su vocerío se eleva sobre el resto de los ruidos del

bar, pero están ajenos a la sensación de molestia que causa en el resto de parroquianos.

Quizás alguien los espere en casa. Quizás alguien se haya cansado de esperarlos.


Tres copas entrechocan en el rincón más alejado de la barra. Tres amigos celebran el

reencuentro entre batallitas de infancia y crónicas de vida adulta. Lanzarse piedras ahora es

temerario y la política ya no es tan aburrida; pagar facturas se ha convertido en la mayor

aventura de la vida y los amigos ya no llaman al portero automático para bajar a jugar a la

calle.


En una mesa alta dos mujeres apuran una cerveza y manosean unos cigarros apagados

que ya no pueden disfrutar dentro del local. Despotricar juntas de sus ex maridos se ha

convertido en una sesión de terapia semanal mucho más divertida y barata que el

psicólogo. Ambas niegan hablar mal de ellos delante de sus hijos, pero no delante del

camarero.


Junto a la puerta una pareja de mediana edad mira el móvil. Cada uno el suyo. Silencio

absoluto y, de vez en cuando, dan un sorbo a la bebida que se calienta en un ambiente

enrarecido y gélido. Miran el reloj y se debaten entre irse o pedir otra ronda, el silencio del

bar les hace menos daño que el del hogar.


En la radio, Jaime Urrutia recuerda que los bares son lugares muy gratos para conversar.

Pero eso será cuando quede algo que decir y el calor del amor no sea frío como un whisky

on the rocks.

miércoles, 21 de febrero de 2024

 PROPUESTA 3


UN CAFÉ SOLO

 Juan Francisco Reyes   

 

 

Abrió la puerta de un solo golpe y entro sin vacilar, mirando a un lado y a otro, escaneando cada rincón del local. Caminaba despacio, altanero, con la cabeza erguida y sonriente. Impoluto en el vestir, ni una arruga, agradable a la vista y con un marcado gesto viril. Al acercarse el taconeo de sus zapatos resonaban en el ambiente. Su pelo engominado y brillante algo ensortijado le daban un aire distinguido. Lo reconocí al instante, me temblaron las manos. Él no me conocía. Llegó a la barra, apartó uno de los taburetes y me hizo un gesto con la mano para que acudiera a donde se encontraba.

- Un café solo chavalote- pidió sin saludar-  y una copa de coñac. Y por su aliento pude saber que no era la primera de la mañana.

- Buenos días, en seguida se lo pongo.

- Poca gente a esta hora ¿no?- lanzó la pregunta al aire, sin esperar respuesta. Estarán todos en la manifestación – concluyó.

Mientras mis manos preparaban el café, mi cabeza pensaba en Fernando, en cómo estaría, en las secuelas que sufriría, me importaban las físicas pero mucho más las psíquicas, en cómo afrontaría el día a día después de lo ocurrido hacía apenas cuarenta y ocho horas, en como estaría …

- ¿Tarda mucho ese café? - interrumpió mis pensamientos.

- En seguida estoy.

- Que digo que estará hoy la gente en la manifestación esa ¿no?

- No lo sé, supongo.

La manifestación esa había surgido espontanea, en defensa de unos derechos, de un colectivo, que aunque las cosas parecían cambiar, siempre iba por detrás. Dos días antes,  una pareja tomaba unas cañas en una terraza, con ellos estaba Fernando, mi Fernando. Los tres habían salido a celebrar que los primeros llevaban dos años de noviazgo, yo me uniría en cuanto saliera de trabajar. La pareja fue increpada por el simple hecho de besarse, de quererse, de mostrar su amor en público. Hay cosas que ciertos animales no pueden comprender. Maricones, aquí no queremos maricones, estáis llenando España de basura, comenzaron a gritarles. Y sin darles tiempo a defenderse, uno se levantó y le asestó varios puñetazos a Fernando, que los instaba a marcharse para no buscarse problemas. Uno de los golpes le rompió la mandíbula y cayó al suelo. Yo llegué cuando los cuatro desalmados corrían, huyendo de forma medrosa y ruin. Pero pude verle la cara a uno de ellos. Y ahora lo tenía enfrente, acabándose un café y dispuesto a tomarse otra copa. ¿Qué hago? Pensé. Sería muy fácil ponerle algo en la bebida, algo que le sirva al menos para que se llevara un tiempo en el hospital o cargármelo aquí mismo, con uno de éstos cuchillos le puedo asestar un corte en su sucia garganta. Pero ¿qué ganaría yo? No puedo ponerme a su altura, no soy así. Casi nadie lamentaría su pérdida, pero su madre no se lo merece. Pero habrá que pararlo, denunciarlo no sirve de nada, su palabra contra la mía. Mañana estaría otra vez ensuciando la calle. Maldito sea. Tenía ganas de matarlo, pero me han educado de otra manera. No puedo quedarme sin hacer nada, no me lo perdonaría. Pienso en Fernando, en qué haría él si estuviera aquí, en mis amigos que tuvieron que tragarse aquella humillación. Sería tan fácil y tan rápido. Aquí solo estamos él y yo. Mi rabia y mi desprecio jugarán de mi lado. No tiene porque enterarse nadie. Temblaba mientras secaba los vasos. Él parecía normal, sin remordimientos, o quizás si. Ojeaba un periódico y miraba la tele sonriendo, evidentemente cualquier gesto suyo lo interpretaba como un desafío. Debía tranquilizarme.

- Cóbrate y quédate con el cambio chaval - dijo tirándo un billete de cinco euros a la barra.

Apuró su copa y me saludó levantando levemente la barbilla.

- Nos vemos – me dijo- Me habían dicho que eras tan cobarde como tu novio, pero quería comprobarlo.

Y salió por la puerta sin mirar atrás.


 PROPUESTA 3


Luana 

Jesús Ruiz

 

Fue en abril de 1981, cuando acudí una tarde a visitar a un cliente a petición suya. Vivía en el barrio de Los Remedios, en un piso de lujo. Era un conocido futbolista que jugaba en primera división.

Abrió la puerta de la vivienda su esposa, una chica brasileña, vestía camiseta ajustada que resaltaba su pecho, y una falda corta que mostraba sus largas piernas. Con agradable sonrisa y acento meloso, me hizo pasar al salón, donde esperaba su marido.

Tras saludarlos, me senté en el sofá, situado frente a los sillones que ocupaba el matrimonio. Desplegué el contenido de mi maletín en la mesa pequeña que nos separaba, y el futbolista me ofreció una copa, que acepté.

—Luana, pásale una, por favor —dijo.

Ella estiró el brazo hacia el mueble que tenía próximo, girando el cuerpo y despegando las rodillas, ofreciendo una imagen que poco tiempo después hizo famosa Sharon Stone.

Me acercó la copa, y su marido me sirvió pisco, bebida peruana de moda entonces.

No habían transcurrido cinco minutos de nuestra conversación cuando él se levantó, y se dirigió hacia una estancia, que, por los ruidos producidos, deduje era el baño. Luana me miró y me sonrió.

—¿Me ayudas en la cocina a preparar algo? —me dijo con sensual tono.

—Por supuesto —le respondí.

Fuimos allá, se situó frente a la encimera, de espaldas a mí, volvió su cabeza, me miró, y se levantó algo la falda con su dedo índice, mostrando sus nalgas morenas, que acaricié con ambas manos, notando su tacto de melocotón, mientras besaba su cuello. Un ruido en el salón hizo que dejáramos nuestro juego y fingiéramos preparar algo. Apareció el marido.

—Luana, ¿vas a hacer trabajar a nuestro invitado?

—Le he pedido que me ayudara a preparar algo para no dejarlo solo. ¿Qué te ha pasado?

—Nada importante.

Nos sentamos de nuevo. Luana jugaba con sus rodillas, mostrándome su anatomía íntima con picardía cuando su marido hojeaba algún documento.

El hombre se levantó de nuevo y se dirigió al baño. Me volvió a pedir su esposa que la acompañara a la cocina, donde comenzó a acariciarme con deseo, correspondiendo yo de la misma forma. Bajó mi cremallera y metió su mano mientras nos besábamos. Entonces se escuchó la cisterna. Volvimos al salón y nos sentamos antes de que apareciera el marido. Bebimos para que no se notara el roce de nuestras bocas.

Retomamos nuestra conversación, y ella se levantó para acercarse a la cocina. Pasó tras el sillón de él, me lanzó un beso en silencio y se levantó la falda mientras sonreía. Llevaba en la mano un bote de Evacuol. Al momento regresó con unos canapés.

El hombre volvió a sentirse mal y me pidió disculpas por tener que interrumpir la reunión. Quedé en volver el viernes y traer la documentación de aquello que más le había interesado.

—No, el viernes no puedo, viajo por la mañana a San Sebastián con el equipo —dijo.

—No, que venga, yo voy a estar aquí, y ya te comento cuando regreses —dijo la mujer.

—Perfecto, mejor —ratificó él.

—Pues entonces, vuelvo el viernes.

Me acompañó Luana hasta la puerta.

—Te espero el viernes, ven preparado y sin prisas —dijo en voz baja.

Salí mientras escuchaba a su marido entrar al baño.

 

 

 


 PROPUESTA 3

“ERUDICCIÓN VITAL”

Antonio Jiménez Polvillo

El padre de Luis corrió hacia la puerta de salida por el viejo callejón de la casa, pero se la encontró cerrada, estaba totalmente acorralado por su sobrino Sergio, que fuera de sí y con la mirada desbocada, lo amenazaba con un enorme cuchillo de cocina en la mano gritándole que lo iba a matar.

—¡Usted no comprende nada, absolutamente nada! —concluyó con determinación Luis mientras se dirigía a Alfredo con mirada amenazante—, ni sabe lo que es la empatía, por eso estoy aquí, y desde ahora hablaré yo.  Su problema es que cree que lo sabe todo de la vida, y que con sus extensos estudios y títulos puede conseguirlo todo.

 Alfredo permanecía en un rincón de su estudio, con la cara descompuesta y blanca, el cuerpo rígido y paralizado por el miedo, apenas le salía la voz  y su respiración estaba desbocada

—Tranquili..traquilo Luis, por Dios tranquilí… —balbuceó Alfredo con la voz impregnada en pánico.

—¡Cállese y escuche, ahora solo hablo yo! —le cortó con vehemencia Luis—. Ese día no fue el único, hubieron muchos más, durante años y de distintas formas desde que lo acogieron mis padres. Pude escuchar los lamentos, injurias de mi primo Sergio a pesar de taparme con la almohada, me sentía cansado, asqueado, superado por  un inmenso dolor, volteado por una avalancha de sentimientos contrapuestos  mezclados con un taimado sentimiento de culpa. Una aborágine de confusión que  golpeaba mi alma sumiéndola en una gran oscuridad. Cuando gritaba  a mi madre, sentía un profundo odio, quería salir, enfrentarme a él, matarlo; si le daba una patada a la puerta una vez más, un hartazgo enorme, aquello no tenía fin; pero por otra parte cuando Sergio rompía a llorar desesperado por su situación, me imnundaba una enorme tristeza y conmoción, cómo podía ayudarlo, qué gran impotencia, mirando al cielo y dirigiéndome a Dios me preguntaba  por qué mientras lloraba desconsoladamente. Eso no viene en ninguna de sus famosas publicaciones, usted no entiende nada, absolutamente nada.

Decidí salir de mi habitación a cenar, me sentía inquieto, muy intranquilo, Sergio seguía con su retajila andando de un lado a otro de la casa, y muy tenso, maldiciendo la vida, culpando a mis padres, a todos. Me dispuse a cenar, coloqué el plato y los cubiertos rápidamente, me senté, mis pies de puntilla al suelo y las piernas en tensión. Pero usted nunca lo podrá entender, no tiene conciencia. Comencé a comer engullendo casi sin masticar aquel plato de espaguetis. Sergio y mis padres también se sentaron a cenar, bajo un silencio tenso que lo envolvía todo y que se hacía eterno. Entonces, en el momento menos esperado, un enorme golpe que te vuelve el corazón del revés, un puñetazo sobre la mesa hizo saltar los platos, que cayeron al suelo rompiéndose en mil pedazos,  “¡estoy harto de todo!” gritó fuertemente, y cogió un cuchillo de cocina. Como pudimos salimos cada uno en una dirección. Sergio salió detrás de padre que intentaba escapar por el callejón. Pero eso nunca ni tan siquiera lo podrá imaginar. Yo estaba aterrorizado, pero también con la ira rebozándome por cada poro de la piel. Un impulso primitivo me hizo coger una de las sillas de forma salvaje y dirigirme hacia el callejón sediento de sangre. Mi madre lloraba y gritaba desesperada de dolor. Solo atiné a decir “ven aquí que te mato cabrón”. Sí, eso dije, tal cual, que más da que esté bien o mal, ¿qué es el bien o el mal según usted?, ¿no lo sabe malnacido?, ¿acaso no quiere saberlo?, ¿cree que me siento culpable?, pues no, pero eso nunca lo entederá, nunca. Sergio dirigió su cólera hacia mi y me envistió con todas sus fuerzas, pero el sillazo le golpeó fuertemente los brazos y el cuchillo cayó al suelo. Luego seguimos golpeándonos durante unos minutos, hasta que jadeantes y extenuados nos separamos. Él se derrumbó sobre una silla llorando amargamente, con toda su alma al aire, con la inocencia de un niño, y poco a poco recuperamos algo de cordura. Esa noche mis padres cerraron el pestillo de su habitación , yo tuve que dormir bajo tensión, pues dormía en mi habitación. Pero eso no podría nunca comprenderlo, nunca,¿ o es que acaso lo ha leído en alguno de sus eruditos y sabios libros, de los que dispone de más de 1000 en este estudio?.

—Por favor Luis, ba, ba, baja ese cuchillo,  te, te lo suplico. —

—¡Callése, cállese le digo¡ —amenazó  Luis mientras avanzaba con determinación hacia Alfredo con el cuchillo levantado—. Alfredo entonces encogió  todo su cuerpo y puso sus brazos a modo de patalla, suplicando por favor que no le hiciera nada.

—¡Fue usted el que se saltó aquel  puto semáforo ebrio y con su coche provocó la muerte de mis tíos. Usted prestigioso Doctor en Psiquiatría, el mismo que con sus amigos jueces influyentes salió indemne de aquel juicio amañado desde el principio, destrozando nuestras vidas para siempre, maldito bastardo.—

Entonces Luis, con el cuchillo rozando ya el cuello de Alfredo, se giró bruscamente hacia la mesa escritorio,sacó una receta en blanco y  la clavó con todas sus fuerzas  sobre la madera de la mesa escritorio

—Ahora sí Doctor,  recétese aquí su propia medicación malnacido, ahora sí que lo comprende…



VERSIÓN CORREGIDA


ERUDICCIÓN VITAL

 

 

—¡Usted no comprende nada, absolutamente nada! —concluyó con determinación Luis mientras se dirigía a Alfredo con mirada amenazante—, ni sabe lo que es la empatía, por eso estoy aquí, y desde ahora hablaré yo.  Su problema es que cree que lo sabe todo de la vida, y que con sus extensos estudios y títulos puede conseguirlo todo.

 Alfredo permanecía en un rincón de su estudio, con la cara descompuesta y blanca, el cuerpo rígido y paralizado por el miedo, apenas le salía la voz y su respiración estaba desbocada

—Tranquilízate Luis, por Dios, tranquilo —balbuceó Alfredo con la voz impregnada en pánico.

—¡Cállese y escuche, ahora solo hablo yo! —le cortó con vehemencia Luis—. Ese día no fue el único, hubo muchos más, durante años y de distintas formas desde que lo acogieron mis padres. Pude escuchar los lamentos, injurias de mi primo Sergio a pesar de taparme con la almohada, me sentía cansado, asqueado, superado por un inmenso dolor, volteado por una avalancha de sentimientos contrapuestos mezclados con un taimado sentimiento de culpa. Una vorágine de confusión que golpeaba mi alma sumiéndola en una gran oscuridad. Cuando gritaba a mi madre, sentía un profundo odio, quería salir, enfrentarme a él, matarlo; si le daba una patada a la puerta una vez más, un hartazgo enorme, aquello no tenía fin; pero por otra parte cuando Sergio rompía a llorar desesperado por su situación, me inundaba una enorme tristeza y conmoción, cómo podía ayudarlo, qué gran impotencia, mirando al cielo y dirigiéndome a Dios me preguntaba por qué mientras lloraba desconsoladamente. Eso no viene en ninguna de sus famosas publicaciones, usted no entiende nada, absolutamente nada.

»Decidí salir de mi habitación a cenar, me sentía inquieto, muy intranquilo, Sergio seguía con su retahíla andando de un lado a otro de la casa, y muy tenso, maldiciendo la vida, culpando a mis padres, a todos. Me dispuse a cenar, coloqué el plato y los cubiertos rápidamente, me senté, mis pies de puntilla al suelo y las piernas en tensión. Pero usted nunca lo podrá entender, no tiene conciencia. Comencé a comer engullendo casi sin masticar aquel plato de espaguetis. Sergio y mis padres también se sentaron a cenar, bajo un silencio tenso que lo envolvía todo y que se hacía eterno. Entonces, en el momento menos esperado, un enorme golpe que te vuelve el corazón del revés, un puñetazo sobre la mesa hizo saltar los platos, que cayeron al suelo rompiéndose en mil pedazos, “¡estoy harto de todo!” gritó fuertemente, y cogió un cuchillo de cocina. Como pudimos salimos cada uno en una dirección. Sergio salió detrás de padre que intentaba escapar por el callejón. Pero eso nunca ni tan siquiera lo podrá imaginar. Yo estaba aterrorizado, pero también con la ira rebosándome por cada poro de la piel. Un impulso primitivo me hizo coger una de las sillas de forma salvaje y dirigirme hacia el callejón sediento de sangre. Mi madre lloraba y gritaba desesperada de dolor. Solo atiné a decir “ven aquí que te mato cabrón”. Sí, eso dije, tal cual, qué más da que esté bien o mal, ¿qué es el bien o el mal según usted?, ¿no lo sabe malnacido?, ¿acaso no quiere saberlo?, ¿cree que me siento culpable?, pues no, pero eso nunca lo entenderá, nunca. Sergio dirigió su cólera hacia mí y me embistió con todas sus fuerzas, pero el sillazo le golpeó fuertemente los brazos y el cuchillo cayó al suelo. Luego seguimos golpeándonos durante unos minutos, hasta que jadeantes y extenuados nos separamos. Él se derrumbó sobre una silla llorando amargamente, con toda su alma al aire, con la inocencia de un niño, y poco a poco recuperamos algo de cordura. Esa noche mis padres cerraron el pestillo de su habitación, yo tuve que dormir bajo tensión, pues dormía en mi habitación. Pero eso no podría nunca comprenderlo, nunca, ¿o es que acaso lo ha leído en alguno de sus eruditos y sabios libros, de los que dispone de más de mil en este estudio?

—Por favor Luis, baja ese cuchillo, te… te lo suplico.

—¡Cállese, cállese le digo! —amenazó Luis mientras avanzaba con determinación hacia Alfredo con el cuchillo levantado.

Alfredo entonces encogió todo su cuerpo y puso sus brazos a modo de pantalla, suplicando por favor que no le hiciera nada.

—¡Fue usted el que se saltó aquel puto semáforo ebrio y con su coche provocó la muerte de mis tíos! Usted, prestigioso Doctor en Psiquiatría, el mismo que con sus amigos jueces influyentes salió indemne de aquel juicio amañado desde el principio, destrozando nuestras vidas para siempre, maldito bastardo.

Entonces Luis, con el cuchillo rozando ya el cuello de Alfredo, se giró bruscamente hacia la mesa escritorio, sacó una receta en blanco y la clavó con todas sus fuerzas sobre la madera de la mesa escritorio

—Ahora sí Doctor, recétese aquí su propia medicación malnacido, ahora sí que lo comprende…

 

COMENTARIOS:

Ciñe el relato a una sola escena; la de Luis en la consulta del psiquiatra. El primer párrafo no aporta nada ya que ese momento se cuenta durante el soliloquio de Luis y solo sirve para despistar al lector. Era lo que me descolocó durante tu lectura.

Atención a las faltas de ortografía: si escribes con ordenador es muy posible que el auto corrector te marque determinadas palabras en rojo, comprueba que la ortografía es la correcta. Envestir (embestir), por ejemplo.

Atención a los adverbios acabados en –mente. Hay ocho en el texto. Es demasiado. Quítalos o sustitúyelos por otros verbos.

Los balbuceos en la conversación no es necesario escribirlos de manera literal. Ya lo aclaras en las atribuciones (balbuceó Alfredo)

Presta atención a la edición del texto. Facilita la lectura.


PROPUESTA 5  Incorregible  Jesús Ruiz Aún no sé por qué escribo esto, quizás sea por el vicio que tengo de la escritura, que pronto acabará....