PROPUESTA 3
“ERUDICCIÓN
VITAL”
Antonio Jiménez Polvillo
El padre de Luis corrió hacia la puerta de salida por el
viejo callejón de la casa, pero se la encontró cerrada, estaba totalmente
acorralado por su sobrino Sergio, que fuera de sí y con la mirada desbocada, lo
amenazaba con un enorme cuchillo de cocina en la mano gritándole que lo iba a
matar.
—¡Usted no comprende nada, absolutamente nada! —concluyó
con determinación Luis mientras se dirigía a Alfredo con mirada amenazante—, ni
sabe lo que es la empatía, por eso estoy aquí, y desde ahora hablaré yo. Su problema es que cree que lo sabe todo de la
vida, y que con sus extensos estudios y títulos puede conseguirlo todo.
Alfredo permanecía en
un rincón de su estudio, con la cara descompuesta y blanca, el cuerpo rígido y
paralizado por el miedo, apenas le salía la voz
y su respiración estaba desbocada
—Tranquili..traquilo Luis, por Dios tranquilí… —balbuceó
Alfredo con la voz impregnada en pánico.
—¡Cállese y escuche, ahora solo hablo yo! —le cortó con
vehemencia Luis—. Ese día no fue el único, hubieron muchos más, durante años y
de distintas formas desde que lo acogieron mis padres. Pude escuchar los lamentos,
injurias de mi primo Sergio a pesar de taparme con la almohada, me sentía
cansado, asqueado, superado por un
inmenso dolor, volteado por una avalancha de sentimientos contrapuestos mezclados con un taimado sentimiento de culpa.
Una aborágine de confusión que golpeaba
mi alma sumiéndola en una gran oscuridad. Cuando gritaba a mi madre, sentía un profundo odio, quería salir,
enfrentarme a él, matarlo; si le daba una patada a la puerta una vez más, un
hartazgo enorme, aquello no tenía fin; pero por otra parte cuando Sergio rompía
a llorar desesperado por su situación, me imnundaba una enorme tristeza y
conmoción, cómo podía ayudarlo, qué gran impotencia, mirando al cielo y
dirigiéndome a Dios me preguntaba por
qué mientras lloraba desconsoladamente. Eso no viene en ninguna de sus famosas
publicaciones, usted no entiende nada, absolutamente nada.
Decidí salir de mi habitación a cenar, me sentía inquieto,
muy intranquilo, Sergio seguía con su retajila andando de un lado a otro de la
casa, y muy tenso, maldiciendo la vida, culpando a mis padres, a todos. Me
dispuse a cenar, coloqué el plato y los cubiertos rápidamente, me senté, mis
pies de puntilla al suelo y las piernas en tensión. Pero usted nunca lo podrá
entender, no tiene conciencia. Comencé a comer engullendo casi sin masticar
aquel plato de espaguetis. Sergio y mis padres también se sentaron a cenar,
bajo un silencio tenso que lo envolvía todo y que se hacía eterno. Entonces, en
el momento menos esperado, un enorme golpe que te vuelve el corazón del revés,
un puñetazo sobre la mesa hizo saltar los platos, que cayeron al suelo
rompiéndose en mil pedazos, “¡estoy
harto de todo!” gritó fuertemente, y cogió un cuchillo de cocina. Como pudimos
salimos cada uno en una dirección. Sergio salió detrás de padre que intentaba
escapar por el callejón. Pero eso nunca ni tan siquiera lo podrá imaginar. Yo
estaba aterrorizado, pero también con la ira rebozándome por cada poro de la
piel. Un impulso primitivo me hizo coger una de las sillas de forma salvaje y
dirigirme hacia el callejón sediento de sangre. Mi madre lloraba y gritaba
desesperada de dolor. Solo atiné a decir “ven aquí que te mato cabrón”. Sí, eso
dije, tal cual, que más da que esté bien o mal, ¿qué es el bien o el mal según
usted?, ¿no lo sabe malnacido?, ¿acaso no quiere saberlo?, ¿cree que me siento
culpable?, pues no, pero eso nunca lo entederá, nunca. Sergio dirigió su cólera
hacia mi y me envistió con todas sus fuerzas, pero el sillazo le golpeó
fuertemente los brazos y el cuchillo cayó al suelo. Luego seguimos golpeándonos
durante unos minutos, hasta que jadeantes y extenuados nos separamos. Él se derrumbó
sobre una silla llorando amargamente, con toda su alma al aire, con la inocencia
de un niño, y poco a poco recuperamos algo de cordura. Esa noche mis padres
cerraron el pestillo de su habitación , yo tuve que dormir bajo tensión, pues
dormía en mi habitación. Pero eso no podría nunca comprenderlo, nunca,¿ o es
que acaso lo ha leído en alguno de sus eruditos y sabios libros, de los que
dispone de más de 1000 en este estudio?.
—Por favor Luis, ba, ba, baja ese cuchillo, te, te lo suplico. —
—¡Callése, cállese le digo¡ —amenazó Luis mientras avanzaba con determinación
hacia Alfredo con el cuchillo levantado—. Alfredo entonces encogió todo su cuerpo y puso sus brazos a modo de
patalla, suplicando por favor que no le hiciera nada.
—¡Fue usted el que se saltó aquel puto semáforo ebrio y con su coche provocó la
muerte de mis tíos. Usted prestigioso Doctor en Psiquiatría, el mismo que con
sus amigos jueces influyentes salió indemne de aquel juicio amañado desde el
principio, destrozando nuestras vidas para siempre, maldito bastardo.—
Entonces Luis, con el cuchillo rozando ya el cuello de
Alfredo, se giró bruscamente hacia la mesa escritorio,sacó una receta en blanco
y la clavó con todas sus fuerzas sobre la madera de la mesa escritorio
—Ahora sí Doctor, recétese aquí su propia medicación malnacido,
ahora sí que lo comprende…
VERSIÓN CORREGIDA
ERUDICCIÓN
VITAL
—¡Usted no comprende
nada, absolutamente nada! —concluyó con determinación Luis mientras se dirigía
a Alfredo con mirada amenazante—, ni sabe lo que es la empatía, por eso estoy
aquí, y desde ahora hablaré yo. Su
problema es que cree que lo sabe todo de la vida, y que con sus extensos
estudios y títulos puede conseguirlo todo.
Alfredo permanecía en un rincón de su estudio,
con la cara descompuesta y blanca, el cuerpo rígido y paralizado por el miedo,
apenas le salía la voz y su respiración estaba desbocada
—Tranquilízate Luis, por
Dios, tranquilo —balbuceó Alfredo con la voz impregnada en pánico.
—¡Cállese y escuche,
ahora solo hablo yo! —le cortó con vehemencia Luis—. Ese día no fue el único, hubo
muchos más, durante años y de distintas formas desde que lo acogieron mis
padres. Pude escuchar los lamentos, injurias de mi primo Sergio a pesar de
taparme con la almohada, me sentía cansado, asqueado, superado por un inmenso
dolor, volteado por una avalancha de sentimientos contrapuestos mezclados con
un taimado sentimiento de culpa. Una vorágine de confusión que golpeaba mi alma
sumiéndola en una gran oscuridad. Cuando gritaba a mi madre, sentía un profundo
odio, quería salir, enfrentarme a él, matarlo; si le daba una patada a la
puerta una vez más, un hartazgo enorme, aquello no tenía fin; pero por otra
parte cuando Sergio rompía a llorar desesperado por su situación, me inundaba
una enorme tristeza y conmoción, cómo podía ayudarlo, qué gran impotencia,
mirando al cielo y dirigiéndome a Dios me preguntaba por qué mientras lloraba
desconsoladamente. Eso no viene en ninguna de sus famosas publicaciones, usted
no entiende nada, absolutamente nada.
»Decidí salir de mi
habitación a cenar, me sentía inquieto, muy intranquilo, Sergio seguía con su retahíla
andando de un lado a otro de la casa, y muy tenso, maldiciendo la vida,
culpando a mis padres, a todos. Me dispuse a cenar, coloqué el plato y los
cubiertos rápidamente, me senté, mis pies de puntilla al suelo y las piernas en
tensión. Pero usted nunca lo podrá entender, no tiene conciencia. Comencé a
comer engullendo casi sin masticar aquel plato de espaguetis. Sergio y mis
padres también se sentaron a cenar, bajo un silencio tenso que lo envolvía todo
y que se hacía eterno. Entonces, en el momento menos esperado, un enorme golpe
que te vuelve el corazón del revés, un puñetazo sobre la mesa hizo saltar los
platos, que cayeron al suelo rompiéndose en mil pedazos, “¡estoy harto de todo!”
gritó fuertemente, y cogió un cuchillo de cocina. Como pudimos salimos cada uno
en una dirección. Sergio salió detrás de padre que intentaba escapar por el
callejón. Pero eso nunca ni tan siquiera lo podrá imaginar. Yo estaba
aterrorizado, pero también con la ira rebosándome por cada poro de la piel. Un
impulso primitivo me hizo coger una de las sillas de forma salvaje y dirigirme
hacia el callejón sediento de sangre. Mi madre lloraba y gritaba desesperada de
dolor. Solo atiné a decir “ven aquí que te mato cabrón”. Sí, eso dije, tal
cual, qué más da que esté bien o mal, ¿qué es el bien o el mal según usted?,
¿no lo sabe malnacido?, ¿acaso no quiere saberlo?, ¿cree que me siento culpable?,
pues no, pero eso nunca lo entenderá, nunca. Sergio dirigió su cólera hacia mí
y me embistió con todas sus fuerzas, pero el sillazo le golpeó fuertemente los
brazos y el cuchillo cayó al suelo. Luego seguimos golpeándonos durante unos
minutos, hasta que jadeantes y extenuados nos separamos. Él se derrumbó sobre
una silla llorando amargamente, con toda su alma al aire, con la inocencia de
un niño, y poco a poco recuperamos algo de cordura. Esa noche mis padres
cerraron el pestillo de su habitación, yo tuve que dormir bajo tensión, pues
dormía en mi habitación. Pero eso no podría nunca comprenderlo, nunca, ¿o es
que acaso lo ha leído en alguno de sus eruditos y sabios libros, de los que
dispone de más de mil en este estudio?
—Por favor Luis, baja ese
cuchillo, te… te lo suplico.
—¡Cállese, cállese le digo!
—amenazó Luis mientras avanzaba con determinación hacia Alfredo con el cuchillo
levantado.
Alfredo entonces encogió
todo su cuerpo y puso sus brazos a modo de pantalla, suplicando por favor que
no le hiciera nada.
—¡Fue usted el que se
saltó aquel puto semáforo ebrio y con su coche provocó la muerte de mis tíos!
Usted, prestigioso Doctor en Psiquiatría, el mismo que con sus amigos jueces
influyentes salió indemne de aquel juicio amañado desde el principio,
destrozando nuestras vidas para siempre, maldito bastardo.
Entonces Luis, con el
cuchillo rozando ya el cuello de Alfredo, se giró bruscamente hacia la mesa escritorio,
sacó una receta en blanco y la clavó con todas sus fuerzas sobre la madera de
la mesa escritorio
—Ahora sí Doctor,
recétese aquí su propia medicación malnacido, ahora sí que lo comprende…
COMENTARIOS:
Ciñe
el relato a una sola escena; la de Luis en la consulta del
psiquiatra. El primer párrafo no aporta nada ya que ese momento se cuenta
durante el soliloquio de Luis y solo sirve para despistar al lector. Era lo que
me descolocó durante tu lectura.
Atención
a las faltas de ortografía: si escribes con ordenador es muy
posible que el auto corrector te marque determinadas palabras en rojo,
comprueba que la ortografía es la correcta. Envestir (embestir), por ejemplo.
Atención
a los adverbios acabados en –mente. Hay ocho en el texto.
Es demasiado. Quítalos o sustitúyelos por otros verbos.
Los balbuceos en la
conversación no es necesario escribirlos de manera literal. Ya lo aclaras en
las atribuciones (balbuceó Alfredo)
Presta atención a la edición del texto. Facilita la lectura.